Maduraban los trigales,
el verano nacía,
las amapolas iban tiñendo
los campos;
la llamaban Soledad,
Rosario, María,
y con un ramo de flores iba
camino abajo.

Camino abajo hay una curva
y él la esperaba,
le llamaban Pedro, Juan,
Luis o Guillermo,
la llevarán sus manos curtidas
muy lejos de su gente.

Camino abajo
quedan las flores,
las irá tapando
el polvo
que trae el viento.

Pero un día les dijeron:
«No es necesario que siembres,
este año vuestros campos
no tienen que dar trigo,
es necesario que por un fusil
cambiéis el arado».
Camino abajo por la mañana
se va un soldado.

Quemó y mató
mientras envejecía,
hasta que otro tiró
antes que él;
le enterraron un buen día
en un hoyo con otros cien.

Camino abajo
sin un adiós,
nadie puso una cruz,
no hacía falta.

Ella lloró por
la muerte del hombre
y por los campos donde ya no
crecía el trigo.
Por el camino llegarán
unas manos jóvenes,
para secar su rostro
y labrar los campos.

Y otra vez nacerán
trigo y amapolas
cubriendo las fértiles tumbas de los soldados:
muere un viejo, dos niños nacen.
Y todo pierde el olor a quemado.

Camino abajo
un hombre muerto.
Camino abajo
queda un recuerdo
del pasado.

Y hoy maduran los trigales,
el verano comienza
y las amapolas van
tiñendo los campos;
le llamaban Soledad,
Rosario, María,
y con un ramillete de flores va
camino abajo.